On


Escondo a cuanta expresión de alegría no llega a ser un grito, un susurro entre los Apus. Pero me detengo cuando a observo a las muertes marchar gloriosas, unas tras de otras sobre las pampas, sin nada mas en los estómagos que el deseo caníbal de poder ser inmortales. Porque cuando cruzan la pampa vistiéndose de sueños, son aquel hermoso silencio que tanto temo. Aquel hermoso silencio que me condena a pararme sobre los nervios del pasado. Observarlas desde tan abajo, desde tan nada, desde este pequeño metro cuadrado que mal llamo alma. Observarla desde este punto de espacio sin más lengua propia, que el solo paso silente de las muertes sobres las pampas, de tener a la muerte disfrazada de nube. Sentir aquel frio que se filtra entre las ropas es una de las bromas que menos me agradan de estar vivo.

Subir al tejado y observar, desde tan cerca, aquellos fierros que me brotaron del pecho en la madrugada. No poder reconocerlos como propios, si no por el contrario, querer culpar a alguien de aquel nido de caos oxidado. Pero aun estoy ahí sobrevolándome desde la parte más oscura de mi espalda. Pero sigo ahí señalándome cada uno de los errores, esquinas mas pulidas, esquinas plagadas de recuerdos, o simples fierros pectoricos como mal remedo de alguna orgia lésbica de Klimnt.

Sabrás que cuando las cosas no retumban en el fondo es que el fondo no se mantiene sobre lo que realmente queremos. Porque estar solos como la nada sobre tanta nada es ser, no más que una excusa mal querida por los lamentos de la vida. Y los lamentos de la vida no son más que la reacción directa de la vida contra la vida. Y sabernos especiales en aquella tanta nada es simple corrección de manipulaciones histriónicas a la diferencia de ambos.

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